En
el desarrollo histórico del concepto más extendido de Islas
Afortunadas, los estudiosos[1]
han diferenciado tres etapas bajo las cuales se encierran otras tantas
concepciones que no debemos mezclar. La primera fase, denominada mítica,
se inicia hacia el 700 a. C. con la obra Los
Trabajos y días (vv.170 ss.) del poeta griego Hesíodo,
quien sitúa unas Islas de los
Bienaventurados en el profundo Océano, en las que unos felices héroes
viven sin preocupaciones y para quienes la rica tierra produce frutos dulces
como la miel tres veces al año. Próximo a nuestro concepto se halla el de Campos Elisios o Llanura
Elisia que encontramos en la Odisea
de Homero (IV, 563 ss.). En estos
parajes insulares habitaban dioses y héroes míticos del ciclo tebano o troyano
que acudían allí por su parentesco con la divinidad o por cierta virtud
inherente a su elevado status social.
En ambos pasajes predominan las características propias de un mito muy
conocido, el de la Edad de Oro.
Hacia
el siglo V a. C. se produce un importante giro en la historia de dicho concepto.
A partir de esta fecha irán a morar a las islas citadas no sólo los héroes
mencionados, sino también las almas de todos los que a lo largo de su vida se
hayan mantenido alejados de todo mal e injusticia. El autor causante de este
cambio fue el poeta griego Píndaro
en su segunda Olímpica (vv. 68 ss.),
compuesta hacia el 476 a. C. Luego será Platón
quien mejor y más extensamente desarrolla esta nueva visión de la vida en el Más
Allá. Desde este momento se abre paso un criterio más democrático, frente al
mundo elitista de los héroes, como requisito indispensable para acceder a estas
islas. Esta segunda fase se podría calificar como místico-religiosa o cultual,
pues en ella se encierran ideas órfico-pitagóricas procedentes del ambiente
religioso de la Sicilia de la época.
Por
último, la tercera etapa de nuestra historia corresponde al momento en que se
transfieren a las islas geográficamente reales, los elementos míticos y
religiosos propios de las dos fases anteriores. Una de las descripciones más
famosas en este sentido es la que narra Plutarco,
autor griego del siglo II d.C., en su Vida
de Sertorio (8,1-2), caudillo romano que tuvo noticias de boca de unos
pescadores gaditanos acerca de unas islas en el Atlántico dotadas de características
paradisíacas. A partir del siglo I a. C. empezamos a encontrar autores como Estrabón, Pomponio Mela,
Plinio el Viejo, Ptolomeo,
entre otros, que nos hablan de unas Islas
Afortunadas reales, situadas en la fachada atlántica frente a las costas de
Mauritania, que con cierta probabilidad pueden referirse a cualquiera de los
archipiélagos que hallamos en esos lugares (Azores, Madeira, Salvajes, Canarias
o Cabo Verde). Hoy sabemos con seguridad que de estos archipiélagos atlánticos,
sería el canario el más firme candidato para recibir la denominación de Islas
Afortunadas, a la vista de un texto de la obra titulada Contra
los gentiles (VI, 5) del escritor latino Arnobio
(s. IV d.C.), quien, además de identificar sin lugar a dudas las míticas Islas
Afortunadas con las reales Islas Canarias, las designa por primera vez con su
actual nombre (Canarias Insulas).
Durante la propia Antigüedad se dieron diversas explicaciones del nombre Afortunadas. Así, el geógrafo griego Estrabón (geogr. I, 1, 5) lo pone en relación con el hecho de su cercanía a Iberia, considerada tierra de felicidad; según el escritor latino del siglo VI de nuestra era, Isidoro de Sevilla (orig. XIV, 6, 8-9), fueron llamadas así porque producen toda clase de frutos, recogiendo de esta manera una explicación que ya había dado el historiador Diodoro de Sicilia en el siglo I a. C. Por otro lado, muchas han sido las etimologías del nesónimo “Canaria”. Entre ellas, quizá la más conocida sea la que nos proporciona el enciclopedista del siglo I d. C. Plinio el Viejo (nat. VI, 37, 202-205, pasaje considerado como el acta de nacimiento de los nombres de nuestras islas de origen latino) a partir del latín canis “perro”, etimología muy discutible y que puede considerarse de tipo popular. A la vista de otro texto del propio Plinio (nat. V, 1, 15), habría que tener muy en cuenta un posible etnónimo de una tribu bereber de Canarii que pudo ocupar y dar nombre a la isla (Gran Canaria) en un momento determinado, si bien son posibles otras explicaciones.
En
fin, el tema de las Islas Afortunadas es sólo una parte del gran mito atlántico que
caracteriza a nuestro Archipiélago (y a otros del entorno) y del que forman
parte, además, otros temas como los Campos
Elisios, el Jardín de las Hespérides,
la Atlántida, San Borondón,
el Paraíso, etc. Todo ello constituiría
la gran mitología atlántica del imaginario canario de origen grecolatino[2].
[1]
Martínez Hernández, M., Canarias
en la Mitología. Historia mítica del Archipiélago, Centro de la
Cultura Popular Canaria, Sta. Cruz de Tenerife, 1992; del mismo autor, Las
Islas Canarias de la Antigüedad al Renacimiento. Nuevos
aspectos, Centro de la Cultura Popular Canaria, Sta. Cruz de Tenerife,
1996.
[2]
Manfredi, V., Las Islas
Afortunadas. Topografía de un mito, Anábasis, Madrid, 1997; Cachey,
T. J., Le Isole Fortunate. Appunti di Storia letteraria italiana, Roma,
1995.